La música y la necedad generacional

Cada cierto tiempo, parece que el mundo se divide entre quienes aman lo nuevo y quienes lo desprecian. Es un fenómeno tan antiguo como la propia música: los mayores diciendo que “ya nada suena como antes”, mientras que los jóvenes crean sonidos que les hacen sentido a su presente. Pero detrás de esa aparente brecha generacional, lo que hay no es una lucha por la calidad, sino una diferencia de contexto, de lenguaje y de emoción.

 

Yo creo que esto viene de la misma necedad que tenían “nuestros tatas” cuando decían: “Eso es pura basura; la música era la de antes”. Cada generación parece repetir el ciclo: mirar con desdén lo nuevo, como si lo propio hubiera sido la cúspide de la sensibilidad y el talento. Pero en realidad, cada época tiene su música porque cada época tiene sus luchas, sus códigos, sus urgencias y sus formas de expresarse.

 

Hoy todo es más fugaz, más explícito, más inmediato. Vivimos en un mundo acelerado, donde los temas también son otros: ahora se canta sobre la gentrificación, la libertad femenina, el empoderamiento, el sexo sin tapujos, la responsabilidad afectiva y la salud mental. Taylor Swift, por ejemplo, habla de procesos internos, de herramientas emocionales, de trabajarse a uno mismo. Y eso, claro, permea la música.

 

Antes, América Latina vivía otra realidad. Era más conservadora, más mojigata, más reprimida. Las canciones tenían que esconder los deseos entre metáforas porque hablar abiertamente de sexo, placer o frustración era casi un escándalo. Por eso nuestra música está llena de simbolismos y dobles sentidos: era la forma de sobrevivir al contexto. Esa era nuestra música, y es hermosa precisamente porque nos pertenece a esa época. Pero pretender que lo nuevo sea igual o que deba parecérsele es absurdo. No es nuestra; es de ellos. Y no deberíamos sentirnos amenazados por eso ni andar de snobs diciendo que lo nuestro fue mejor. Fue distinto. Punto.

 

Además, hay algo inevitable: uno se queda con la música de los años donde todo se sentía nuevo. La juventud es una herida abierta que cicatriza al ritmo de las canciones que la acompañaron. Por eso amamos a Nirvana, Charlie, Snoop, Maná, Soda, Héroes, “la Shakira de antes”, Tracy Chapman, Sabina, Big Boy, Proyecto Uno, Juan Luis, etc… porque fueron parte de quienes fuimos, del momento en que todo parecía posible. Pero eso no nos da autoridad moral para basurear la música que hoy mueve a otros.

 

¿Quiénes somos para decidir qué es “bueno” o “malo”? ¿Con qué criterio medimos eso, si la música siempre ha sido reflejo del alma colectiva? Antes se cantaba contra el racismo, sobre las drogas, sobre el amor y el desencanto. Hoy se canta sobre identidad, independencia, cuerpos y libertad. Es la misma necesidad humana de expresarse, solo que con otros lenguajes y otros ritmos.

 

Quizá lo que nos cuesta no es la música de ahora… sino aceptar que ya no es nuestra época.

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