Superman: La película que necesitábamos (aunque muchos no lo sabían)
Esto no es una crítica. O por lo menos, no una crítica objetiva. Es una carta de gratitud, una reflexión personal, un ensayo lleno de nostalgia y esperanza. Porque la Superman de James Gunn no es solo una película: es un acto de fe en lo que los superhéroes representan. En lo que Superman representa.
Nací en 1980. Como muchos de mi generación, crecí con dos universos que me presentó mi papá y que hasta hoy siguen marcando mi imaginario: Star Wars, de George Lucas, y Superman, de Richard Donner. Aquella versión clásica, con Christopher Reeve y su sonrisa franca, era mucho más que un hombre volando con la capa ondeando al viento: era una declaración de principios. Superman no solo era fuerte. Era bueno. Creía en la gente, incluso cuando no lo merecía. Y eso nos enseñó a muchos a creer también.
Pero luego vino el giro. La Man of Steel de Zack Snyder nos presentó a un Superman roto, contemplativo, gris. Un dios distante, casi avergonzado de sus poderes. Entiendo lo que buscaban: complejidad, profundidad, un enfoque moderno. Y sí, hay escenas impactantes. Pero algo se perdió en el camino. De pronto, Superman se pareció más a Batman que al hijo de Kansas que quería salvar al mundo con un gesto de amabilidad. Dejamos de creer que era posible ser luz en medio de tanta oscuridad.
Con la llegada de James Gunn a DC Studios, muchos teníamos la esperanza (y el miedo) de ver hacia dónde iría el nuevo rumbo. Y Gunn, que no solo conoce los cómics, sino que los ama, tomó la decisión más valiente y más lógica: empezar por Superman. Por el corazón. Por el sol.
Superman 2025 es una carta de amor al personaje, al género y a nosotros, los espectadores. Porque no solo vuelve a mostrar a Clark Kent como ese ser que representa la esperanza, sino que nos devuelve la fantasía, el color, la ciencia ficción sin complejos. Nos dice: "no tengás vergüenza de lo que sos". Y eso se aplica tanto al superhéroe como a los que crecimos amándolo.
David Corenswet no interpreta a Superman. Lo encarna. Su mirada, sus silencios, sus gestos... hay una humanidad vibrante en cada escena. No es un dios inalcanzable, es alguien que está aprendiendo, que se cae y se levanta, que tropieza y sigue creyendo. Es un Superman que no necesita verse cool, que puede ser torpe, vulnerable, hasta ingenuo, porque esa es su fuerza: su corazón.
Lois Lane y Lex Luthor brillan con luz propia. Por fin tenemos una pareja protagonista con química real, con inteligencia y pasión. Y Lex... es el villano que merecíamos. Intelectual, carismático, manipulador. Un reflejo de las sombras que enfrentamos en el mundo real. Y sí, Krypto está presente. Y sí, es adorable. Y sí, lloré.
La película está llena de detalles, de subtramas, de personajes. Puede sentirse densa por momentos, pero nunca abrumadora. Todo está ahí por una razón. Incluso los guiños al hate digital, a la presión de la imagen, al juicio constante de las redes. Gunn entiende el mundo actual y lo coloca, sutil pero firme, dentro del corazón de su historia.
No estamos ante la mejor película de superhéroes de todos los tiempos. Ni falta que hace. Estamos ante una película honesta, con alma, que nos deja una sensación de paz al salir de la sala. Como si por un momento todo estuviera bien en el mundo. Como si el cine nos abrazara y dijera: "todavía hay esperanza".
Gracias, James Gunn. Por devolvernos al Superman que merecemos. Por recordarnos que la bondad también puede ser heroica. Por hacerme sentir, una vez más, como ese niño de los 80 que creía que volar era posible.
Vayan al cine. Véanla con el corazón abierto. No para buscar lo "mejor de...". Solo para sentir. Para recordar. Para creer.